Tristemente, a través de mis años en consejería, he descubierto que para muchas mujeres ha dejado de serlo y viven en un vía crucis continuo hasta el final de sus días, sencillamente porque han tenido pensamientos equivocados de lo que significa ser mujer.
Algunas han creído que su destino es sufrir y vivir resignadas al dolor. Creen firmemente que ya el destino ha trazado su ruta. Otras piensan que ser libre es abandonar las responsabilidades del hogar y vivir la “vida loca”, porque creen que eso es disfrutar la vida. Por otro lado, muchas están convencidas de que las estrellas determinan su vida, mientras que otras tantas creen que la vida es cuestión de suerte. Si esto fuera un examen para escoger la mejor contestación, podríamos concluir que la mejor es: ninguna de las anteriores.
Todas fuimos creadas a imagen y semejanza de Dios, como una pieza de colección. Somos únicas, especiales, dignas. Dios puso todo su amor en la formación de cada una de nosotras y debemos aprender a vivir conforme a esa gran herencia que Dios nos ha legado a cada una.
¿Cuál es el problema?
Que muchas mujeres nunca se enteran de que Dios las creó y menos aún de que les dejó una herencia: viven sin conocer su verdadera identidad. Es en el hogar donde se supone que aprendamos a valorarnos. No obstante, todas venimos de hogares diferentes y, con muchísima probabilidad, hemos tomado la forma de ese hogar específico en el que crecimos. Si el hogar fue rico en aceptación, amor, ternura y bendición, actuamos cada día como gente digna. Nuestras decisiones reflejan cuánto nos valoramos. Además, nuestra manera de hablar, vestir y comportarnos refleja qué valor nos adjudicamos.
Si por el contrario, el hogar fue disfuncional y nos negó el amor y la aceptación que necesitábamos para crecer saludables emocional, espiritual y físicamente, comenzaremos a buscar esa identidad en los brazos de un hombre. Es por eso que para llegar a esos brazos nos queremos convertir en una especie de vehículo 4×4 con sunroof y aros de lujo. Es ahí donde empieza nuestra frustrante carrera por mantenernos físicamente “perfectas”, con un peso y unas medidas ideales, que serán las “garantías” de que vamos a conseguir a ese hombre que nos ha de llevar a la tierra prometida, que es la felicidad.
Se dice que sólo un 7 por ciento de la población femenina tiene unas características físicas ideales en términos de proporción y medidas. Eso quiere decir que el otro 93 por ciento de las mujeres – exceptuando unas pocas que han aprendido a aceptarse y a amarse a sí mismas- se quedan vagando por la vida deprimidas, frustradas y de brazo en brazo, buscando una felicidad que según ellas está en algún lugar del mundo, por eso la persiguen día y noche sin descanso.
Mientras tanto, siguen conociendo hombres en busca de esa felicidad que no llega. Comienzan a tener un hijo aquí, otro allá, y otro más. Cuando se dan cuenta de la gran carga que arrastran, ya tienen su vida complicada, a tal extremo de que sienten que no hay remedio. Así deciden que, a pesar de todo, hay que seguir hasta el final, con la cruz a cuestas. Creen que sólo les queda resignarse. Tengo buenas noticias para ti: no tienes que conformarte con el drama de infelicidad y desgracia que has vivido hasta ahora. Tu vida puede ser diferente, tú puedes escribir un nuevo libreto para tu vida, porque tú y solamente tú eres la arquitecta de tu vida.
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